YO TUVE QUE ACEPTAR
9/4/14
Yo
tuve que aceptar, que mi cuerpo nunca sería inmortal, que él
envejecería y un día se acabaría. Que somos hechos de
recuerdos y olvidos; deseos, memorias, residuos, ruidos, susurros,
silencios, días y noches, pequeñas historias y sutiles detalles.
Tuve
que aceptar que todo ello es pasajero y transitorio.
Y tuve que aceptar, que yo vine al mundo para hacer algo por él, para tratar de dar lo mejor de mí, dejar rastros positivos de mis pasos, en el momento de partir.
Y tuve que aceptar, que yo vine al mundo para hacer algo por él, para tratar de dar lo mejor de mí, dejar rastros positivos de mis pasos, en el momento de partir.
Yo
tuve que aceptar que mis padres no durarían para siempre, y que
mis hijos poco a poco escogerían sus caminos y proseguirían
ese camino sin mí.
Y tuve que aceptar que ellos no eran míos, como suponía, y que la libertad de ir y venir, es un derecho de ellos también.
Y tuve que aceptar que ellos no eran míos, como suponía, y que la libertad de ir y venir, es un derecho de ellos también.
Yo
tuve que aceptar que todos mis bienes me fueron confiados en
préstamo, que no me pertenecían y que eran tan fugaces como
fugaz era mi propia existencia en la tierra.
Y tuve que aceptar que los bienes quedarían para uso de otras personas cuando yo ya no esté por aquí.
Y tuve que aceptar que los bienes quedarían para uso de otras personas cuando yo ya no esté por aquí.
Yo
tuve que aceptar que barrer mi acera todos los días no me daba
ninguna garantía de que ella era propiedad mía, y que barrerla
con tanta constancia era apenas un fútil alimento que me daba a
mí la ilusión de poseer.
Yo
tuve que aceptar que lo que yo llamaba “mi casa” era sólo
un techo temporal, que un día más, un día menos, sería
el abrigo terrenal de otra familia.
Y tuve que aceptar que mi apego a las cosas, sólo apresuraría aún más mi despedida y mi partida.
Y tuve que aceptar que mi apego a las cosas, sólo apresuraría aún más mi despedida y mi partida.
Yo
tuve que aceptar que los animales que quiero, y los árboles que
yo planté, mis flores y mis aves, eran mortales. Ellos no me
pertenecían.
Fue
difícil, pero yo tuve que aceptar.
Yo
tuve que aceptar mis fragilidades, mis límites, y mi
condición de ser mortal, de ser efímero, de ser pasajero.
Yo
tuve que aceptar para no perecer.
Yo
tuve que aceptar que la vida siempre continuaría conmigo o sin
mí, y que el mundo en poco tiempo me olvidaría.
Humildemente
confieso que tuve que librar muchas guerras dentro de mí.
Yo
me rendí y acepté lo que tenía que
aceptar.
Aceptar para dejar de sufrir, para lanzar fuera mi orgullo y mi prepotencia y para volver a la simplicidad de la naturaleza, que trata a todos de la misma manera, sin favoritismos.
Aceptar para dejar de sufrir, para lanzar fuera mi orgullo y mi prepotencia y para volver a la simplicidad de la naturaleza, que trata a todos de la misma manera, sin favoritismos.
Y
tuve que aceptar que no sé nada del tiempo y que es un misterio para
mí. Que no comprendo la eternidad y que nada sabemos
sobre ella.
¡Tantas
palabras escritas desde el principio, tanta necesidad de explicar,
entender y comprender éste mundo y la vida que en él
vivimos.
Yo
tuve que desarmarme y abrir mis brazos para reconocer la
vida como es, que todo es transitorio, y que sólo funciona
mientras estemos aquí en la tierra.
¡Eso
me hizo reflexionar y aceptar, para alcanzar la paz tan
soñada!